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Copyright Francisco José Del Río Sánchez 2008

viernes, 19 de agosto de 2016

La Ángel herida

Era un Ángel de hermosas alas con las que daba cobijo a todos los que atravesaban el arduo desierto de la existencia, vivía en una cueva, era una cueva lóbrega y oscura donde el constante roce de sus alas contra las paredes las iba deteriorando irremisiblemente. Pero ella se sentía segura allí dentro, en su refugio cotidiano. Cuando se sentía con fuerzas o el sol de la mañana le recordaba la belleza que podía contener la vida, salía al exterior y volaba; sus alas aunque deterioradas y ennegrecidas por el roce con las paredes de la cueva, resultaban llamativas y despertaban la atracción de todas las personas que carecían de ellas o las habían perdido hace tiempo. Caminando bajo el sol ardiente, la sombra de esas alas era sugerente y deseable por lo que intentaban llamar su atención y requerir su ayuda.

Hasta el agotamiento cubría con sus alas a los que encontraba necesitados de apoyo y reposo, entonces volvía a su cueva a descansar, a protegerse del egoísmo ajeno y a sentirse segura de sus miedos. Pero en la oscuridad de la cueva sus miedos no tenían descanso.

Un día la Ángel voló un poco más allá, desoyó algunos reclamos desde la sórdida arena de la vida y se sorprendió descubriendo que, además de las eternas arenas y del sol implacable, existía un oasis de elevadas palmeras y agua fresca en su interior. Sin salir aún del asombro de disfrutar de una sombra sin tener que estar bajo tierra en su cueva, se acercó al agua fresca y transparente. Temerosa al principio bebió un poco y refrescó su cuerpo, al tocar sus alas la misma, comenzaron a blanquearse y a brillar. Ya no recordaba su brillo.

Se introdujo en el agua y se sintió rejuvenecer, la alegría la invadió y sus alas blanqueaban bajo el sol. Llena de energía y alegría volvió a su hogar, por el camino sombreó a unas cuantas personas, pero no se sintió tan agotada. En su cueva aún mantuvo la alegría, hasta que el continuo roce sus alas contra las paredes terminó por deprimirla, los miedos surgieron con fuerza, y el vértigo del horror de la existencia le hicieron dudar de que hubiera existido ese lugar. La oscuridad la dominó por días.

Hasta que un día decidió volver a comprobar si ese lugar existía, le costó llegar pues encontró muchos mendicantes de ayuda por el camino, pero lo consiguió. Sin pensarlo se introdujo en el agua y descansó, estuvo tranquila y en paz, hasta que sintió algo, una presencia en la orilla del estanque, un ser de alas moradas la contemplaba, se arrebujo en sus alas nuevamente blancas y el miedo se apoderó de ella, no quería mirar aunque no podía apartar la mirada de él, poco a poco se fue calmando y la paz que emanaba ese ser la fue embelesando, sin darse cuenta se sintió acunada entre sus alas moradas y volvió a ser la niña alegre y entusiasta que un día fue, por un momento, hasta que el vacío existencial la inundó de nuevo y huyo elevándose en el cielo.

Pasaron semanas en que su cueva se le hacía cada vez más insoportable y la fatiga por dar sombra a los caminantes la extenuaba y terminó volviendo al oasis, cuando estaba vacío se bañaba en sus aguas y recuperaba fuerzas y alegría, pero cuando divisaba al ángel de alas moradas se quedaba fuera en las primeras sombras.
Se fue acostumbrando a su presencia, y volvió a bañarse aunque el otro Ángel estuviera, no cruzaban palabra y cada uno iba a lo suyo, lo que la tranquilizaba. Un día el Ángel se acercó a ella y se ofreció a arreglar sus alas, temerosa asintió sin apenas mirarlo, al poco una paz desconocida la invadió y se dejó llevar, al terminar de bañarla sintió un gozo inmenso y deseo que el tiempo se parará, hasta que notó la oscuridad de la noche acercándose y emprendió el vuelo hacia su lóbrega cueva.

Empezó a frecuentar el oasis cuando sabía que el otro ángel estaría allí, y se dejó bañar y cuidar, perdiendo el temor hacía él. En la oscuridad de su cueva se imaginaba como sería vivir en el oasis, no sabía si él la admitiría a su lado, pues era evidente que era superior a ella y el miedo a los espacios abiertos vencía sus anhelos. Un día le preguntó quién era y este le respondió que era un Ángel de Amor y que la energía que sentía con él era la del Amor. La invitó a quedarse en el oasis y dormir colgados de una palmera. Sintió miedo, mucho miedo y huyo despavorida a su refugio subterráneo.

Su cabeza parecía estallar, ella no conocía otro mundo que su cueva y las ardientes arenas, no serviría para vivir en el oasis, era un mundo desconocido y ese Ángel era un desconocido, quién le decía que de noche no se transformaría en un monstruo que la devorara, como los que poblaban sus noches de pesadilla y que a ella le parecía que moraban en las profundidades de la cueva que nunca visitaba.

Pasó tiempo antes de que decidiera volver al oasis, algo crecía en su interior, algo que no había sentido nunca antes, esperanza. Pero el Ángel no estaba, volvía y seguía sin estar, se acostumbró a su ausencia y aunque el baño era reconfortante, echaba de menos su energía, el amor que transmitía. Hasta que un día decidió esperar, la caída del sol y el frío que la acompaño, anunció la llegada de la oscuridad de la noche, un terror desconocido la inundo, estaba sola, en un mundo extraño y hostil, y lo estaría siempre. Temblando y acurrucada un susurro la sorprendió sintiendo el calor de unas alas que la arropaban, con lágrimas en los ojos se abrazó al ángel y confió. La subió a una palmera y colgaron bocabajo, abrazados el uno al otro. El miedo fue diluyéndose y se sintió protegida, durmiendo en paz. Cuando llegó el nuevo día el Ángel la enseñó a volar planeando sobre los que necesitaban sombra, sin necesidad de agotarse aleteando sobre ellos, y la llevó a otros oasis donde descansaron.

Pero cuando él desaparecía volvía a sentir miedo y vacío en su interior y volvía a su cueva, pero ya no podía descansar allí, además de que los monstruos de las profundidades de la cueva eran más cercanos e incluso alguno se atrevía a acercarse debiendo luchar con ellos.

Decidió volver al oasis y preguntarle al Ángel por qué su cueva había dejado de ser un lugar seguro para ella. Este se encogió de hombros y le dijo que nunca lo había sido, pero ahora estaba más luminosa y atraía mucho más que antes. Ella no entendía lo que pasaba y tampoco entendía lo que sentía por dentro, se sentía protegida y querida con él y quería estar con él. Se quedó en el oasis, pero poco tardó en apoderarse de ella el miedo a las ausencias del Ángel morado. Un día él le dijo que ella también podría tener las alas moradas, pero ella no podía escuchar nada, sólo pensar en que por que le hacía eso.
Intentó volver a su cueva, pero los monstruos que la habitaban no la dejaban descansar y volvió de nuevo al oasis. Allí estuvo sola, sintió la profundidad de su vacío interior y como la invadió el horror de la soledad absoluta. Aprendió a reconocer sus terrores y se fue calmando, escogió una palmera para dormir y perfeccionó su planeo para dar sombra sin cansarse y una mañana se sorprendió descubriendo algunas plumas moradas brotando en sus alas.

Días después la sombra del Ángel morado cubrió todo el oasis y ella sintió miedo, hacía tiempo que no lo sentía, se preguntaba cómo era posible, habría crecido de tamaño, iría a devorarla definitivamente. Pero no, cuando se posó junto a ella, aunque parecía más imponente tenía el mismo tamaño y transmitía una gran ternura, la limpieza de su mirada la hizo arrodillarse ante él y besar sus manos. El la levantó y la abrazó, elevándose con ella, mientras lo hacía una enorme sensación de Amor la invadió desvaneciéndose de la impresión. Se despertó junto a unas montañas, un río brotaba entre las rocas precipitándose en cascada, en la ladera prados verdes jalonaban la corriente del agua, compitiendo con ella en descender antes las montañas. Él la depositó en una oquedad soleada situada en un cortado de las montañas y sin saber como la besó en los labios y sus cuerpos se fundieron lanzando destellos luminosos. Quedó exhausta, a la vez que sentía la semilla del Amor germinando en su interior y ocupando el vacío interior de la carencia afectiva, se durmió y cuando despertó observo su nuevo hogar. Se sintió segura y tranquila y comprendió que nunca podría estar sola y que no necesitaba depender de nadie.

Voló mientras sus plumas iban adoptando un tono morado y volvió algunas veces al oasis del Ángel donde este le enseño a elevarse tanto en el cielo como para proyectar su sombra sobre todo el paisaje y a dispersar amor sobre los caminantes de las arenas, además de sombrearlos.


Se sintió feliz y pasó mucho tiempo hasta que descubrió un Ángel de alas blancas tiznadas y deterioradas, lavándoselas en su arroyo…








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