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Copyright Francisco José Del Río Sánchez 2008

martes, 29 de diciembre de 2015

El caballero andante

Era pequeño, sus padres no se llevaban bien, aunque no había violencia física, si la había de otra forma. Todo era frustración y rencor, y él no podía hacer nada, salvo almacenar frustración y rencor. Nadie le enseño amor, tan sólo sufrimiento.

Su madre, todo el día en casa, ocupada en los niños y el hogar, y la frustración y el rencor hacia el padre por esa situación. Su padre todo el día fuera, ausente, trabajando todo el tiempo, y en sus ratos libres bebiendo en el bar. Su madre neurótica, enferma de frustración, porque la vida no era como ella quería que fuera, cuando el padre volvía bebido la martirizaba ante él con gestos y palabras. Él huía a ninguna parte, en el pozo de su decepción. Sólo había rencor, recriminaciones y dolor.

Veía a su madre como la víctima, para él era la única que estaba, que cuidada, que se preocupaba por los demás, la buena. Su padre, el malo, el causante de la situación, aprendió a odiarlo sin saber que ese odio no era suyo.

Creció, pasaron los años, y los seguía viendo inmersos en el sufrimiento y el rencor, una no dispuesta a olvidar, el otro como si no fuera a olvidar, el hastío por esa situación dejó paso al odio hacia su madre, por seguir aferrada al dolor, por haberle enseñado a sufrir, por no ver más allá. Hasta que empezó a comprender que sólo eran dos víctimas fruto de su educación, su sociedad y su cultura.

Ese niño quería salvar a su madre y no pudo, de mayor sentía el impulso de salvarlas a todas, soñó con una fila de mujeres que se acercaban a él llorando y se alejaban riendo, porque no podía soportar el sufrimiento de una mujer, pero tampoco podía salvar a nadie. Porque no había nadie a quien salvar.


Sólo cada una puede salvarse a sí misma. No hay caballeros andantes, ni príncipes azules, ni salvadores, tan sólo una mano cálida en la noche del dolor, acompañando en la travesía de la comprensión hacia una vida más auténtica, donde desaparezcan las costumbres, las neuróticas rutinas heredadas y la mala educación que nos impide ser libres y sentir el amor.








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