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Copyright Francisco José Del Río Sánchez 2008

miércoles, 16 de julio de 2008

Erik el rojo

Hemos avistado una isla árida y desértica. Nuestras reservas de agua se han agotado. Hay un poblado en la costa. Lo asaltamos tras vencer una escasa resistencia. Aunque los hombres violan a las mujeres, mi prioridad es el agua. Me traen a un anciano que parece ser respetado. Le muestro un recipiente con agua, parece entender. Nos guía a las montañas. Entramos en una cueva. No me gusta parece el hogar de un brujo, pero hay un manantial. Mientras tomamos agua, el anciano comienza a increparnos por lo que hemos hecho, hace gestos amenazantes y parece que recita algo, tengo la impresión de que nos está echando una maldición. Saco mi espada y le abro la cabeza.

Decido volver a casa, el incidente del viejo me parece un mal presagio, además el clima es sofocante y el terreno extremadamente inhóspito para nosotros. Soy Erik el rojo, estamos alrededor del año mil. Me siento feliz, pues nunca una nave vikinga había llegado tan al sur y llevamos tanto pillaje en la nave que no cabe nada más. Pero pronto esa alegría se torna inquietud, una extraña enfermedad hace mella en algunos hombres, siento que puede ser la maldición del anciano o que el agua este contaminada. El viaje a casa será largo y necesitamos agua y alimentos frescos, pero aunque la nave se maneja con pocos hombres, la mayoría están débiles por la enfermedad. En lugar de hacer incursiones, opto por negociar para conseguir lo que necesitamos. No renuncio a intimidar pues desconocen nuestra debilidad.

Los hombres comienzan a morir y el largo viaje de vuelta se convierte en una carrera contrarreloj con la enfermedad. Finalmente también enfermo, quedan tan pocos hombres en pie, que yo mismo tengo que ayudar en las tareas del barco, por suerte podemos llegar a puerto. Antes de desembarcar pierdo el conocimiento. Estoy entre la vida y la muerte. Tras varios meses me recupero.

Me reúno con el consejo. Estudiamos nuestros rudimentarios planos dibujados sobre pieles. Dominamos todo el costas europeas del atlántico norte, en el mediterráneo hay demasiada resistencia y más al sur el clima es demasiado hostil para nosotros. Nos quedan las tierras del norte, hacia el oeste de Islandia y Groenlandia, donde ya tenemos varios poblados.

Parto con una expedición para colonizar esas tierras, son muy similares a las nuestras, fundamos varios poblados, pero a diferencia de Islandia y Groenlandia, están habitadas por tribus, que aunque están menos desarrolladas son muy hostiles. Continuamos hacía el sur por la costa del Canadá, los indígenas no dejan de hostigarnos. En una emboscada una flecha me alcanzo. Siento que al morir la misión se debilita. Pocos años después los nuevos poblados son abandonados y el viento de la historia borrará casi por completo nuestra estancia en esas tierras.

Aun en trance me pregunto porque he recordado espontáneamente esa vida y cual es la enseñanza que me proporcionó y tengo que recordar…

Entiendo. Fui un buen líder. Guie y dirigí hombres, y lo hice correctamente. Mi autoridad se basaba en el respeto…

Siempre he pensado que era incapaz de dirigir, de asumir responsabilidades. Pero esas cualidades ya las aprendí una vez y solo tengo que dejar que salgan a la luz. Es curioso que hace unos meses que he empezado a dirigir unos talleres de crecimiento y estoy transmitiendo mis experiencias. Algo impensable para mí hasta hace unos meses…

Estas vidas en las que nos vemos como personajes míticos o históricos, pueden ser propios o tomadas prestadas del incosciente colectivo. Esto último no resta validez terapéutica a su recuerdo siempre que su finalidad no sea alimentar el ego de la persona.

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