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Copyright Francisco José Del Río Sánchez 2008

lunes, 8 de noviembre de 2010

El ermitaño

Soy de una aldea de pescadores junto al mar de la china, juego con una niña, crecemos, me dedico a la pesca como todos, de jovenes nos hacemos novios, estamos enamorados.

Se prepara una invasión, barcos recorren la costa reclutando marineros a la fuerza, me llevan con ellos. Todo el horizonte está cubierto por barcos de guerra, las tropas son diezmadas en tierra. Algunas naves consiguen salvarse de la derrota.

Me liberan y puedo volver a mi aldea. Al llegar la veo sobre el acantilado que domina la aldea, como cada día otea el mar esperando mi incierta vuelta. Me dirijo allí y la sorprendo, presos de alegría nos abrazamos y bailamos al borde del acantilado. De pronto la tierra cede bajo sus pies, se me escapa de mis brazos y cae al abismo, intento agarrarla y pareciera que mis brazos se estiran en pos de ella, pero es inutil. Yace sin vida contra las rocas.

Estoy desolado, me culpan de su muerte, no creen que sea un accidente, me insultan. Hundido abandono la aldea, me dirijo al interior vagando por extensos bosques, durante meses me alimento de lo que encuentro.

Un día encuentro un ermitaño, vive en una oquedad en la roca, me acerco a él, permanece en silencio y no me habla, le pregunto si puedo quedarme con él. No responde.

Pasan los días, permanezco con él. Me permite aprender. Nos sentamos cara a la pared, hacemos ejercicios en pareja como de artes marciales, recogemos nuestro alimento del bosque, pero los campesinos que respetan al maestro tambien nos traen comida.

La pena desaparece, me siento bien, feliz. Una imagen se repite durante años, me veo observando la lluvia que chorrea sobre la roca como una cascada en entrada de la oquedad. Apenas tenemos sitio en su interior para resguardarnos del agua.

Un día unos jinetes se acercan, son guerreros vestidos como samurais, son arrogantes y prepotentes, debemos cuidarnos de ellos, después de un rato se marchan.

El maestro muere, entierro su cuerpo, durante horas contemplo su tumba, no siento pena, me enseño todo lo que sabia y yo le ofrecí mi respeto, y ahora continuo mostrandoselo.

Soy un anciano, camino por un poblado, me siento raro después de tantas decadas sin ver tanta gente. Me alojan en una casa noble, soy venerado. De pronto una chica muy angustiada se arrodilla ante mi y entre lagrimas me pide que la ayude. No quiere casarse con el hombre con el que han fijado su boda. Solo le digo que haga lo que le dicte su corazón.

Cuando le comunica su negativa a su pretendiente, samurai, este herido en su orgullo desenvaina su espada y le corta la cabeza. Preso de ira entra en mi habitación, me hiere de muerte en el vientre y a continuación me corta la cabeza de un tajo.

Veo mi cabeza rodar por el suelo, no entiendo que ha pasado, al rato veo toda la escena, me domina la culpa, esa chica ha muerto por mis palabras. Mientras asciendo a la luz estoy dominado por esa angustiosa culpa. Por fin descanso.

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